Inevitablemente me traslada a la niñez. Mi madre tenía en
el patio una mata de fresas que llamaba mi atención, me parecía preciosa y sus
frutos un tesoro.
Mis recuerdos no solo se centran en la fresa como fruta,
sino en aquella planta que me las regalaba. Ahora me doy cuenta que formaba
parte de mi infancia porque yo jugaba a las casitas en el patio de casa y allí
estaba ella, era mi despensa, hacía mis comiditas con las fresas e incluso me
servían de pintalabios.
Mi madre las preparaba con vinagre y azúcar y desplegaban
sus encantos como por arte de magia. El plato se tornaba líquido, rebosaba de
jugo rojo donde las rodajitas de fresas habían limado sus aristas como
relajadas, era llamativo su color y su aroma y en el paladar explosión de
sabor. Habían dado lo mejor de sí mismas de forma natural y generosa.
¿Por
qué no trasladarlo a la carne? De ahí el marinado. Y algo
más.
Definitivamente el solomillo iba a estar bien arropado.
Las fresas regalan su aroma a la carne, la envuelve delicadamente en su sabor
agridulce y como respuesta el solomillo se torna jugoso y tierno. Agradecido.
Feliz.
Y por supuesto yo disfruto, no solo probando el plato
terminado, sino cocinando y viendo la transformación en el paso a paso con productos de nuestra tierra.
Me ha impulsado a compartir
la receta esta iniciativa de Grufesa, no
solo porque dará a conocer estos frutos en otras versiones y posibilidades gastronómicas, sino que nos convierte en
una gran familia a favor de Huelva.
Son las sensaciones y vivencias las que nos impulsa a
crear y ver otras perspectivas. Y sí, la
cocina es emoción, sensaciones y recuerdos, anticipación y expectación. Sensibilidad
y disfrute del momento.
¡Enhorabuena por la campaña, que sin duda pondrá a Huelva
en el lugar que merece y así ganamos
todos!
Gracias.