El cuerpo nos habla constantemente con su particular lenguaje
de “sentir”, pero ni caso. A veces ni siquiera somos conscientes que nos habla
a gritos, y si se pone molesto….sencillamente
pasamos porque, en el fondo, ni queremos saber, ni queremos cambiar.
Como mucho nos conformamos con aliviar síntomas, ya que
cambiar significaría “tomar las riendas”
de nuestra salud y de nuestras vidas. Esa es la cuestión: acomodarse o plantar
cara ¡Ay madre qué tarea!
Cuando tenemos malestar siempre hay un motivo y suele ser
algo que queremos superar o que nos hace sentir miedo o ansiedad. Los
entendidos en estos temas aconsejan “poner límites
a estas emociones” y no dejarnos llevar por ellas en aluvión, o sea, que no
cunda el pánico.
Sabemos que podemos
mejorar en todo aquello que nos propongamos, pero siempre a costa de alguna
disciplina: ejercicio, alimentación, mejorar relaciones, autoestima… solo nos falta arrancar y sacar de
nuestra rutina aquello que No nos
conviene. ¡Solo, nada más y nada menos!
Cuando tenemos que prescindir de algo ¿lo llevamos bien con
conocimiento y perspectiva? ¿No sería mejor pensar que eso deja un hueco para
lo que Sí nos conviene? Prescindir
es necesario para avanzar y ser la persona que queremos ser. Y a lo mejor ni
siquiera es para tanto.
Cuando éramos pequeños y los mayores nos preguntaban sin
esperar respuesta ¿tú estás contenta contigo? Uffff, nunca supe que decir, es como si no tuviera
información suficiente de mí y de lo que
quería ser. Pero con el tiempo se nos desborda la información y aprendemos.
Siempre aprendemos.
Supongo que se trata de conseguir una buena relación con nosotros mismos y no machacarnos con los “debería hacer o no hacer”, sino procurar cambiar de actitud y ponernos a ello poco a poco y en nuestro beneficio, pero con determinación ¡Es que tenemos la bendita manía de ser felices!